miércoles, 26 de septiembre de 2012


Les dejo un texto que les había prometido.  Durante mis cursos de Divulgación de la Ciencia, leímos esta entrevista con Frank Oppenheimer acerca de lo que considera la estética de su museo de ciencias El Exploratorium (el primer museo de ciencias interactivo).  Como información adicional, deben saber que Frank Oppenheimer fue "desterrado"de cualquier vida académica y pública durante los años del Macarthismo (la cacería de comunistas -o mejor dicho cacería de brujas-) y que lo llevó a quedarse en una pequeña granja en San Francisco, California; donde decidió la creación del Exploratorium.  Este texto creo que nos viene bien, porque toca varios temas que pueden ser de interés para la clase.

Disfrutenlo.
Felipe.

La Estética Invisible: Una entrevista un tanto divertida pero no por eso 
menos profunda con Frank Oppenheimer 

Linda Dackman 


Frank  Oppenheimer pretende  que  los niños pequeños  no  lloran  nunca en  el Exploratorium de San Francisco. Una sola vez vio a un chico llorando. pero luego se dio cuenta de que era porque sus padres 
habían dicho que era hora de irse a casa. Oppenheimer cree que un lugar como el Exploratorium ejerce una  influencia  no sólo sobre el modo de vida y de trabajo de la gente, sino también sobre la idea que se tiene de la ciencia, del arte, de la tecnología y finalmente de sí  mismo. 

El nombre de Frank Oppenheimer es prácticamente sinónimo de  aprendizaje participativo. Como fundador y director del Exploratorium, sus ideas tienen  eco tanto en instituciones ya existentes como en ciernes, en lugares tan alejados como la Escuela del  Sol que se  proyecta crear en Argentina,  el  Centro  de Ciencia de Shangai y el Museo de Ciencia y Tecnología de Pekín, en China, la Ciudad de las Ciencias y  la Industria  de La Villette en París  y  el  Omniplex  de  la  ciudad  de Oklahoma, por  no  nombrar  más  que algunas.  De  la  misma manera  que  hay  una belleza,  una forma y  una  estructura visibles en el mundo natural que el Exploratorium  describe,  hay  también  en  el Exploratorium una belleza o una estética que le  es  propia.  Esta  belleza  no tiene tanto que ver con lo que allí se expone,  preocupación estética  tradicional  de  la mayor parte de los museos, ni exactamente con lo que se siente (que es  el objeto evidente de las exposiciones interactivas), sino más bien con la manera en que uno se ve impulsado a sentir. Cuando se lo interroga sobre el tema, el Dr. Oppenheimer responde con un rodeo digno de un budista Zen. 

F.  Oppenheimer: Si usted diseña el pomo de una puerta, hay varias maneras de hacerlo. Aquí se habría podido darles una forma cuadrada, pero son  mucho  más agradables de tocar cuando son gordos y redondos . . . Son verdaderamente hermosos.  Es por eso que los elegimos así.  Piense, por ejemplo, en la manera en que se envasan los productos alimentarios o las pilas eléctricas. Es  verdaderamente exas-perante tener que sacar la pila de una de esas cápsulas que sirven de embalaje. Hay que cortarla con un cuchillo y  después tirar de una lengüeta, lo que produce un ruido horrible. 

L.  Dack:   ¿Cómo  querría  entonces 
que se vendieran las pilas? 

F.  O. ¡Sueltas! Y las salchichas de Francfort también. No me gustan que vengan empaquetadas,  aplastadas  unas  contra otras. 

L. D. El Exploratorium nació de la idea de que la ciencia y el mundo de cada uno son comprensibles. ¿Trata usted de iniciar a la gente a la ciencia por medio de la percepción sensorial? 

F.  O. Así es. Se inicia a la gente a la ciencia a partir de lo que ven, oyen y sienten. La  percepción es la base de lo que cada uno de nosotros descubre sobre el mundo y de la interpretación que de él hacemos, sean cuales fueren los medios que utilice- mos  para eso: los  ojos, simplemente, o instrumentos como microscopios y aceleradores de partículas, o inclusive el arte, la poesía o la literatura. 

L. D. Pero ¿qué tienen  que ver entonces la ciencia, el Exploratorium y la estética con las salchichas de Francfort? 

F.  O. ¡Y las aspiradoras! Si resulta difícil manejarlas y producen ese ruido horripilante es porque ningún fabricante se pone en el lugar de quien va a utilizarlas. Estoy seguro de que no es  por razones de economía. Simplemente nadie ha prestado nunca atención a la sensación que se tiene al utilizarlas ni al efecto que tienen sobre los demás. 

L. D. ¿Quiere decir que no sólo los fabricantes  de aspiradoras, sino también los directores de museo y la sociedad en general han perdido el sentido de la estética en sus decisiones? 

F.  O. Una de las cosas que me ha preocupado siempre es cómo hacer para que la estética intervenga más en las decisiones que toma la sociedad. No es lo mismo en el caso de la ciencia, no se puede ir y preguntar a un experto en arte si una cosa funcionará o no. El Congreso no puede decir:  “Bueno, como no llegamos a decidirnos,  vayamos  primero a  echar  una ojeada a la National Gallery  y  después veamos”. No es eso, eso no puede dar resultado. Lo que quiero decir es que, tanto en el caso de los fabricantes de aspiradoras como en el de los museos o la sociedad en general, lo que hace falta es  que la preocupación estética forme parte de la experiencia  de  cada  uno  desde la infancia.  Esto significa que los juguetes tienen que estar bien hechos. Que cuando a los niños les gusta o les disgusta lo que comen, los padres deberían prestar atención. La estética implica tanto cultivar el gusto como crear una tensión para después liberarla. Esto habría que hacérselo vivir a los niños, para que llegue a ser verdaderamente parte de su manera de pensar. Con el tiempo se tendría una población  adulta para la cual la estética sería la base de sus decisiones y no una idea sobreañadida. Cuando la gente dice que se necesita más arte en la ciudad, lo dice exactamente como si dijera  que hay  que instalar más  bancos públicos. No es una aspiración profunda. Yo no creo que el sentido de la estética pueda  adquirirse  tardíamente.  Pienso que debe formar parte de la educación. 

L. D. ¿Diría usted que su decisión de convertirse en ganadero fue una reacción estética al hecho de haber sido puesto en la lista negra durante diez años? 

F.  O. Creo haber hecho cosas que no eran demasiado estéticas. Esas inmensas y maravillosas praderas, por ejemplo, eran tan pantanosas que apenas se podía cosechar heno. Así que optamos por cavar zanjas 
de drenaje, lo cual cambió el aspecto y la atmósfera de la región. Pero yo me sentía bien. Utilizar el agua, irrigar, sacarla de los ríos  cuando corren caudalosos en la primavera  o  más  adelante  en  el  año, 
cuando son  apenas  un  chorrito.  Contemplar  el  agua extendiéndose por  la hierba.  Y segar. Todas estas  cosas  eran maravillosas.  Mientras  araba,  me  decía que iba a tener mucho tiempo para pensar en todo tipo de cosas. Pero no lo hacía. Me  limitaba a  mirar  los  surcos  que se abrían, maravillado ante las formas que tomaba la tierra roturada. 

L. D. Una mirada superficial podría acusar  al Exploratorium  de parecerse  a  un viejo granero. ¿Cómo ha hecho para integrar allí la estética y para dar al visitante la  sensación  de sentirse  a  gusto en  el lugar? 

F.  O. Ante todo hemos tratado de hacer que  los  objetos  expuestos  no  decepcionen, que resulten atrayentes. Algunos están allí sólo porque resultan agradables a la vista.  Es el caso, por ejemplo, de un gran cojinete de bolas acompañado de un rótulo que dice simplemente: “Algunas máquinas son agra-dables a la vista”. Procuramos que el visitante pueda hacer lo que quiera o creer que hace lo que quiere con los objetos expuestos. El Arbolprisma, por ejemplo, tiene cordones que hay levantar para poder mirar a través de un prisma.  Si  los  cordones son  demasiado cortos y no llegan hasta donde quiero, es 
exasperante. En el Exploratorium, tratamos de que el visitante no tenga por qué exasperarse. Por supuesto, hay cosas que no  hemos  hecho  bien.  El  ruido,  por ejemplo. A mí no me molesta, y a mucha gente tempoco, pero a algunos no les gusta. Con todo, parece no ser un problema, pienso que incluso es una de las razones por las que los visitantes se sienten tan a gusto. El hecho de que no impongamos normas rígidas facilita las cosas. Los visitantes  pueden  hacer  casi  todo  lo  que quieren, excepto montar en bicicleta y algunas pocas cosas más. En un momento dado, creí saber que la entrada del Exploratorium iba a estar en la parte oeste. Pero la gente siguió entrando también por la puerta norte.  Y  después quisimos abrir también la puerta este para que la gente pudiera ver la hermosa rotonda de Maybeck. Así que ahora tenemos tres entradas,  con tres taquillas diferentes. De lo contrario habríamos obligado a todo el mundo  a  dar  largas  caminatas  para entrar, sólo  porque teníamos una  idea preconcebida sobre el sitio por donde tenía  que hacerlo.  De modo  que muchísimas  cosas  se  deciden simplemente porque  nos  habría gustado que  nos sucedieran a nosotros. 

L. D. ¿Así que entonces usted se basa en 
la intuición personal? 

F.  O.  Eso es. Recuerdo haber trabajado con un artista llamado Doug Hollis, que tenía un taller en el Exploratorium. Era su primer intento de fabricar un arpa eólica y yo pasaba mucho tiempo con él haciendo experimentos extraños, viendo cómo se podía transmitir sonidos a lo largo de los alambres y de las varillas y cómo se podía armonizarlos. Me parece que en cierto modo le enseñé a investigar. El creía saber exactamente adónde iba. Pero eso suele no  dar  resultado.  Las  cosas  no  salen siempre como se las ha previsto. Por eso nos dedicamos a manipular toda clase de elementos y a fabricar toda clase de objetos tomándonos todo el tiempo necesario. Fue muy divertido y ahora este trabajo manual lo apasiona. 

L.  D. Siempre supe que los físicos eran grandes  manipuladores, pero ignoraba que en el Exploratorium se hicieran también manipulaciones  con  la  estética. ¿Cree usted que otros museos practican también ese tipo de manipulación? 

F.  O. Sé que se interesan por el resultado estético, pero parecen querer imponer algo a la gente más que darle la posibilidad de  elegir.  Es  el  caso  del  Museo  Guggenheim de Nueva York. 

L.  D.  ¿No le gusta el Guggenheim? 

F.  O. No, porque uno no puede elegir. 

L. D. Uno está obligado a descender con- 
tinuamente ¿no es cierto? 

F.  O.  Si uno quiere volver a mostrar un cuadro a alguien, tiene que tomar el ascensor y volver a bajar la rampa. 

L. D. ¿Quiere decir que no se puede subir simplemente la rampa, a contramano? 

F,  O.  Ah, sí, claro que se puede. Pero la mayor parte de la gente no lo hace. Y de todas maneras los cuadros se ven  en un cierto orden. 

L. D. ¿Cómo hace el Exploratorium para permitir que la gente elija? 

F.  O.  Los arquitectos del Exploratorium querían que nuestras oficinas estuvieran divididas por tabiques bajos que delimitarían pequeños espacios de trabajo provistos  de estanterías,  con plantas.  Cada uno debería trabajar en su cubículo. Un día me mostraron una de esas oficinas que según ellos era espléndida. De pronto me puse a hablar a los gritos y todos salieron precipitadamente de sus agujeros. Entonces dije a los arquitectos: “(Ven ustedes lo que pasaría? No podría gritar”. El arquitecto  respondió  que  un  lugar  así enseña a la gente a hablar en voz  baja. ¡Qué  diablos!  Yo  no  quiero  que  me enseñan a hablar en voz baja ni tampoco quiero enseñárselo a los demás. Me dijeron también que preveían algo para evitar que los niños corrieran dentro del museo. Pero,  ¿por qué habría que impedir que los niños corran? Me  pasé  no sé cuánto tiempo tratando de convencerlos de que no causaban realmente ningún daño. Por otra parte, lo cierto es que rara vez o nunca han atropellado a nadie, pero como esa espontaneidad  era  algo que salía  de las reglas y  quedaba fuera de control los arquitectos no podian soportar la  idea de dejar que los  niños se  comportaran  con naturalidad.  Me  parece maravilloso  no querer reglamentarlo  todo y  que no nos importe  perder  algo  el  control. Había 
otra vez ahí algo que me gustaba (me gusta ver a los niños correr) y de algún modo debí imponer mi concepción de la estetica. Para los arquitectos, no era ni siquiera una cuestión estética. 

L. D. Tal vez querian sobre todo evitarle 
procesos ... 

F.  O. Hay que tomar decisiones así. La fisonomía de un lugar depende de las infinitas decisiones que se toman sobre una infinita serie de detalles. La  opinión general es que un director no debería ocuparse de los detalles, pero yo no pienso lo mismo. Ese criterio no da resultado cuando  se  hacen experimentos  ni tampoco cuando se trata de arte. Muchos museos van por buen camino al principio. Tienen una idea de lo que podrían y deberían ser. Después, vienen las presiones. Son como esa gente que crea una orquesta sinfónica para interpretar un cierto tipo de música y que cambia su programa porque nadie viene a escucharla. 

L. D. Sé que durante doce años usted se opuso  a la idea de cobrar la  entrada  al Exploratorium. Ya no es así. ¿No va  eso en detrimento de su concepción inicial de la institución? 

F.  O. Gente que respeto me convenció de que no eta tan malo. A  eso se sumó que la manera en que lo hacemos tiene también  un  aspecto  agradable.  El  simple hecho de decir que se puede volver tantas veces como uno quiera durante seis meses cambia totalmente  la  impresión  que se tiene de cobrar la entrada. Y no influye en la economía del museo. Por lo demás. la entrada es gratuita para los menores de diecinueve años y  los miércoles también para los adultos. Eso es algo que me cae bien,  que se inserta en mi propia experiencia. El criterio de lo que me cae bien, de lo que me causa buena impresión personal se ha convertido en un factor determinante al tomar las decisiones sobre el funcionamiento del museo. 

En el mejor de los casos, el Exploratotium se asemeja a una composición musical, a una  sinfonía  cuya  coherencia  se  siente aun cuando no se discierna la estructura. Cada aspecto del museo forma parte de la composición musical. Oppenheimer es el compositor. Cada  una  de las piezas expuestas despierta la curiosidad y, por tanto crea una tensión, una tensión que se resuelve a medida que el visitante manipula el objeto y obtiene una satisfacción intelectual  y  estética. El  Ventilador de Bemoulli parece algo que se hubiera pedido prestado  a una cuadrilla de obreros de construcción de carreteras; está fabricado con esos grandes conos de señalización de color naranjafluorescente, pero la estética de  Oppenheimer  está  también allí presente y en acción. La corriente que expulsa el ventilador sostiene en  el  aire una gran pelota de goma. La fuerza  del ventilador es suficiente como para que el visitante sienta la resistencia cuando trata de empujar la pelota fuera de la corriente de aire. Si le da un golpe, la pelota se pone a oscilar.  Este movimiento ilustra el efecto  de Bernoulli.  Pero  los  visitantes pueden también lanzar la pelota de manera que quede atrapada por la corriente de aire; o simplemente levantarse la camisa y dejar que les sople el aire en el estómago. A veces, no hacen más que inclinarse sobre la corriente y  el  pelo se les pone de punta. Otras veces titan pedazos de papel para ver cómo revolotean en el aire y nunca faltan quienes se limitan a apoderarse  de  la  pelota  para ponerse simplemente a jugar. 

Todas estas actitudes ante los objetos le  parecen aceptables  al  doctor Oppenheimer: le caen  bien. 

En el Exploratorium reina una atmósfera de calma, no tanto física (no hay que olvidar el ruido y los niños que corren), sino más bien en la actitud relajada respecto de qué hacer para que la gente evalúe lo  que  aprende.  El  Dr.  Oppenheimer cuenta a menudo una anécdota sobre lo que pasó cuando pintó los tragaluces del Exploratorium pata mantener a oscuras la Sección de Óptica del museo: las gaviotas rasparon la pintura con sus patas y produjeron aberturas que parecían estrellas. Un día  sorprendió  una  conversación  entre dos señoras de mediana edad que miraban  los  agujeros en  la pintura. “Bueno -decía  una a la otra-  supongo que si supiéramos más, comprenderíamos lo que significan esas lucecitas”. 

Al  Dr. Oppenheimer le  encanta  esta anécdota. Para él, lo peor que podría suceder es que alguien se preguntara “¿Qué diablos hace esto aquí?” La señora de la anécdota vio aquello y supuso que había sido hecho intencionadamente y que era significativo.  No  comprendía  lo  que queria  decir  pero pensaba  que  estaba bien. Quizás sin saberlo, había pasado el día bajo la influencia de la estética de Oppenheimer. Se sentía bien de no saber y de ser capaz de aprender: se sentía bien


Revista Museum No.150 (1986) pp. 120-122
[ Traducido del inglés]

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