viernes, 28 de septiembre de 2012

Les debo una explicación... Chopin y Polanski

Cuando hablamos de "El Genio, una máscara de vanidad", tocamos el punto de que se nace con ese "algo", ese talento que hace única a una persona.

Para explicar esto pongo como ejemplo el caso de "El pianista", un hombre con un gran talento para tocar el piano, y que sufre uno de los episodios más crueles de la historia de Europa ( la segunda guerra mundial), y como gracias a su talento, a ese "feeling" para interpretar una obra de Chopin, logra conmover a un general nazi que finalmente le salva la vida.

Puede uno estudiar mucho, conocer la técnica y la teoría de cualquier arte, incluso dominarlas a la perfección, pero si no se tiene esa facilidad de transmitir "algo" y provocar sensaciones a los demás a través de ese arte e incluso hacer parecer que es muy fácil lo que hace, porque además lo disfruta y lo vive mientras lo hace, no tiene el mismo efecto. Creo que esa es la diferencia entre un "Genio" y los demás.

A mi parecer dos "Genios" reunidos (Chopin y Polanski) en una de las mejores escenas de la película "El Pianista"
 


Espero la disfruten y si no han visto la película, es muy buena!!!

Emilia

jueves, 27 de septiembre de 2012

Mujer encuentra obra de Renoir en mercado de pulgas!!!

Les dejo el link de la nota que encontré acerca de una mujer que pagó siete dólares por una pintura de Renoir en un mercado de pulgas de Estado Unidos...

http://www.lr21.com.uy/cultura/1059252-pago-siete-dolares-por-pintura-de-renoir-en-mercado-de-pulgas

Saludos

Emilia

Ensayo sobre la lectura "Ver y no ver" de Víctor Stoichita


Por Emilia Hernandez Ocadiz

El Impresionismo es un movimiento artístico surgido en  Francia a finales del siglo XIX caracterizado principalmente por la representación del mundo de forma espontánea y directa, utilizando los efectos que produce la luz natural sobre los objetos (en el caso de la pintura) y la aplicación de pinceladas de color cortas, logrando gran brillo en sus pinturas.

Pero más allá de la técnica, los impresionistas impulsaban al espectador a buscar, a imaginar y ver más allá de lo que la pintura ofrece a simple vista. Cuando observamos la realidad, la mayoría de las veces lo hacemos “a través de algo”, una ventana, la puerta abierta de la habitación, unos lentes, una pantalla, una reja, y estos filtros pueden o no distorsionar esa realidad. En este caso, Víctor Stoichita nos dice que el mismo autor de la obra es un “filtro” o “ventana” a través del cual observamos su propia interpretación, enfoque, encuadre e impresión de la realidad que nos presenta.

En la vida cotidiana difícilmente vemos escenas en todo su esplendor, con esa teatralidad que muestran las pinturas del Renacimiento por ejemplo. Casi siempre hay algo en medio que obstaculiza nuestra mirada, por lo que tenemos que “asomarnos más”, acercarnos, voltear o quitar de en medio lo que nos impide ver. Los impresionistas no te dan la escena explícita, sino te la dejan a la imaginación. Te dicen “algo está ahí” ven, asómate, observa o incluso imagina lo que quiero presentarte.

Y en este caso, me recuerda mucho lo que hacía Alfred Hitchcock en sus películas, en especial en Psicosis, donde con efectos de luz y sombra, actuación y música nos sugería una escena, sin ser explícita, logrando que el mismo espectador imaginara y formara el resto y provocándole sentimientos de terror y desesperación.



De la misma manera que Alfred Hitchcock provoca que el espectador haga suya la narración de la escena, en el impresionismo, la historia o narración no pertenece al personaje de la pintura sino al espectador, ya que los mismos elementos de la pintura le dan infinidad de formas para imaginar y reconstruir esa narración.

Cuando observamos una pintura, nosotros, al igual que los personajes de la misma, somos testigos de lo que ocurre en la escena; del mismo modo que ellas, podemos ver, pero no actuar. Como podemos ver en la pintura de la Degollación de San Juan Bautista (3), los personajes que aparecen como observadores, son un reflejo de los mismos espectadores, de los que observamos la escena de la pintura. A estos personajes les llama figuras – eco.

Estas figuras – eco también nos indican la lectura de las imágenes, dándonos la jerarquía entre los elementos que aparecen en la imagen,  además nos crea una sensación de "participación" en la escena, ya que, como nos dice Stoichita, son un reflejo de nosotros mismos observando la misma imagen que ellos.

Además, dentro de estas composiciones, existen elementos “obstaculizantes” como rejas, barras transversales, humo, árboles, etc. que impiden que las figuras – eco puedan ver la escena completa. Estos elementos le brindan al espectador claves para leer e interpretar la imagen que observa y así, hacer propia la narración de la escena.

Incluso hay pintores que nos ofrecen una misma narración en diferentes pinturas como Caillebotte, quien nos muestra una primera parte de la escena (4) y después en otra pintura nos dice "mira, puedes asomarte y ver mas..." para que al final "espíes" con toda libertad la totalidad de la escena y seas parte de la obra. El espectador hace suya la mirada filtrada, se convierte en el filtro que la llevaba.

Manet y Degas
Manet no sólo representa la escena, él mismo es parte de la escena, de una manera marginal. Pero finalmente está presente, nos da su punto de vista, nos indica dónde estaba situado mientras representaba la escena.

La característica más importante en sus representaciones es la mirada, que desde la pintura se refleja al exterior, creando una especie de comunicación entre los personajes o “figuras filtro” de la obra y el espectador. Incluso el espectador se siente observado.

Para Degas el punto de vista del autor y la del espectador son externas, como espías de la escena, en una postura voyerista. Ver sin ser vistos.

Al analizar las características de la pintura de Edgar Degas de “ver sin ser vistos” y estos filtros y pantallas de los que habla Stoichita, recordé la película Peeping Tom (7) de Michael Powell (1960), en la que Tom, un fotógrafo psicópata y voyerista, espía a sus víctimas a través de la lente de su cámara para después asesinarlas.



La mayoría de las escenas de esta película son observadas a través de la lente de Tom, dándonos su punto de vista y dejándonos espiar a las mujeres como él lo hace. Vemos a través de los filtros, e incluso, nos limita algunas partes de la escena por la misma forma de la lente, dejando a nuestra imaginación el resto de la escena.

Bibliografía
Stoichita, V., Ver y no ver, Ediciones Siruela, España, 2005

Vincent Van Gogh, Impresionismo website. Extraído el 17 de septiembre de 2012 desde: http://www.alu.ua.es/m/mjbc4/impresionismo.html

HITCHCOCK, Alfred, Psicosis, 1960, Estados Unidos

POWELL, Michael, Peeping Tom, 1960, Reino Unido



miércoles, 26 de septiembre de 2012


                                                                        




“Pintura Gourmet para principiantes”

Ensayo sobre el libro
“Ver y no ver” de Victor I. Stoichita




Felipe Ortiz Ugalde
Narrativa Gráfica.


Mercedes Sierra Kehoe


“Llama mucho la atención las distintas formas en las que personas de la misma sociedad pueden hablar de comida de maneras tan diferentes. Todos, por ejemplo, conocemos gente para la cual el sabor de lo que come desempeña un papel realmente secundario en sus percepciones conscientes. No piensan de modo activo o deliberado sobre lo que están comiendo mientras se lo comen: ni qué es, ni cómo sabe o huele, ni cuál es su temperatura o apariencia. Pueden no hablar siquiera de los sentimientos que produce… cabe pensar que porque no les produce ningún sentimiento.”
-Sidney W. Mintz (2003;p129)
En su libro “Sabor a Comida, Sabor a Libertad” el antropólogo Sidney W. Mintz  hace una interesante reflexión acerca del papel de los alimentos en la cultura.  Como la cocina puede definir la identidad de un pueblo, y como vamos haciendo nuevas formas de hacer más complejo un proceso tan inherente al ser humano.  Aún cuando en apariencia “solo estamos comiendo” todo lo que rodea al proceso de alimentarse, hace de dicho acto algo muy plástico, a veces puede ser todo un evento o un ritual; no por nada algunos de los actos más trascendentes de nuestra vida (matrimonios, tratos laborales e incluso en algunos casos funerales), los celebramos con una “comida”.
La expresión artística –y su apreciación- seguramente no es tan antigua como los rituales alimentarios; pero también es un proceso cultural que se han ido refinando y acomplejando.  Así como adquirimos gusto por determinados alimentos, lo hacemos por diversas formas de expresión; así como hablamos de artes incluso podemos hablar de un arte culinario.
Apoyados por ésta analogía gastronómica se hará una reflexión del texto de Stoichita “Ver y no ver”. Este texto aborda una brevísima mirada a ciertos elementos que han hecho del acto de ver una obra artística un acto gourmet.
Bon appetit.

La degustación de lo visual como alimento del alma.
En estos tiempos modernos estamos bombardeados de imágenes,  nos tocó vivir en el imperio de la estética sobre el Arte (Michaud: 2007); nos hemos convertido en una suerte de sibaritas de lo visual: amamos la “belleza” de los comerciales, consumimos más series de televisión y más películas que nunca. Gracias a la telepresencia que nos brindan los medios electrónicos como el Internet podemos ver lo que sea en el momento que sea, pero sobre todo estamos rodeado de nuevas y estridentes formas de Arte: Arte de los nuevos medios, Arte Urbano, Pixel Art, Body Art, etc.  Tenemos ante la mesa de nuestra vida todos los platillos que nuestros ojos puedan degustar.
De hecho, desde niños estamos tan expuestos a millones de imágenes que nos convertimos en consumidores voraces de lo visual; por lo tanto sería lógico pensar que deberíamos tener un gusto muy desarrollado para apreciar y distinguir el arte bueno del malo.
¿Pero que tan gourmet somos a la hora de consumir lo visual? ¿tenemos un criterio o un gusto para ello? ¿podemos disfrutar –o distinguir- un delicatessen, o solo consumimos Fast food
Esta analogía parece pedante y narcisista; sin embargo el acto de comer tan inherente al ser humano, ya es un acto cultural y no meramente un impulso natural.  Así como hemos hecho rituales para comer, también hacemos rituales para hacer arte y otros tantos para apreciarlo.
El acto de ver una obra de arte, alguna vez fue una experiencia contemplativa, reverencial, didáctica e incluso mística… pero cierta-mente distante.   Esta barrera invisible que suponía “sólo ver” a la obra resulta como una red de seguridad, porque no impone compromiso alguno salvo una subjetiva interpretación; pero también significa un obstáculo que nos aleja del entendimiento –y disfrute- pleno de la obra.  Es como estar afuera de un restaurante y tratar de disfrutar de los platillos desde la ventana.  
Curiosamente, uno de los grandes recursos narrativos fue aportar elementos que “miran desde afuera” de la pintura para meternos a ella.
Por mencionar un ejemplo, tenemos el vía crucis (1440) donde el pintor nos lleva a través de tres espectadores a ver tres elementos de la obra.  Esta pintura no solo nos cuenta una historia, también nos habla de cuestiones temporales.
Así como hay grandes y temperamentales chefs, tenemos en Michelangelo Merisi da Caravaggio, a L'enfant terrible de la pintura.  En su obra La decapitación de San Juan no se conforma con llevarnos a presenciar el martirio de San Juan sino que además nos involucra,  la relación diagonal del santo con los reos fisgones no deja lugar a dudas: nos vuelve parte del evento y no nos permite escapatoria, estamos dentro de la pintura.
El “chef” obligatorio en éste texto sin duda es Edouard Manet, quien crea una intrincada narrativa donde el espectador se asoma a ver cosas que no están ahí, pero que de alguna manera percibimos su presencia como en su pieza El Ferrocarril (1872-1873),  asistimos además a una nueva forma de cocina… una que exige más del comensal: el impresionismo.
Degas permite en su Desnudo femenino enjuagándose un pie (1885-1886) que el espectador haga un acto Voyeur.  Aquí el espectador es un mirón que con toda la alevosía y ventaja entra en la intimidad de una escena; sería como irrumpir secretamente en la cocina para espiar al chef.  Pero la degustación del arte también implica ahora ver al artista/cocinero exhibirse sin pudor, como Manet que se inserta a sí mismo en su obra (influencia de Velázquez), o que pone su nombre sin recato en el centro de sus obras, Manet añadió el espectáculo a la producción de la obra artística. 
El texto de Stoichita nos lleva a dar un vistazo a la retórica de la pintura, para que aprendamos a ver más allá de la obra y refinemos nuestra apreciación del arte.   Podemos agregar que el gusto por el arte sólo puede ser cultivado como cultivamos el gusto culinario… degustando.




Referencias.
Mintz, S. (2006), “Sabor a comida, sabor a libertad”, Ediciones la Reina Roja / CIESAS, México

Les dejo un texto que les había prometido.  Durante mis cursos de Divulgación de la Ciencia, leímos esta entrevista con Frank Oppenheimer acerca de lo que considera la estética de su museo de ciencias El Exploratorium (el primer museo de ciencias interactivo).  Como información adicional, deben saber que Frank Oppenheimer fue "desterrado"de cualquier vida académica y pública durante los años del Macarthismo (la cacería de comunistas -o mejor dicho cacería de brujas-) y que lo llevó a quedarse en una pequeña granja en San Francisco, California; donde decidió la creación del Exploratorium.  Este texto creo que nos viene bien, porque toca varios temas que pueden ser de interés para la clase.

Disfrutenlo.
Felipe.

La Estética Invisible: Una entrevista un tanto divertida pero no por eso 
menos profunda con Frank Oppenheimer 

Linda Dackman 


Frank  Oppenheimer pretende  que  los niños pequeños  no  lloran  nunca en  el Exploratorium de San Francisco. Una sola vez vio a un chico llorando. pero luego se dio cuenta de que era porque sus padres 
habían dicho que era hora de irse a casa. Oppenheimer cree que un lugar como el Exploratorium ejerce una  influencia  no sólo sobre el modo de vida y de trabajo de la gente, sino también sobre la idea que se tiene de la ciencia, del arte, de la tecnología y finalmente de sí  mismo. 

El nombre de Frank Oppenheimer es prácticamente sinónimo de  aprendizaje participativo. Como fundador y director del Exploratorium, sus ideas tienen  eco tanto en instituciones ya existentes como en ciernes, en lugares tan alejados como la Escuela del  Sol que se  proyecta crear en Argentina,  el  Centro  de Ciencia de Shangai y el Museo de Ciencia y Tecnología de Pekín, en China, la Ciudad de las Ciencias y  la Industria  de La Villette en París  y  el  Omniplex  de  la  ciudad  de Oklahoma, por  no  nombrar  más  que algunas.  De  la  misma manera  que  hay  una belleza,  una forma y  una  estructura visibles en el mundo natural que el Exploratorium  describe,  hay  también  en  el Exploratorium una belleza o una estética que le  es  propia.  Esta  belleza  no tiene tanto que ver con lo que allí se expone,  preocupación estética  tradicional  de  la mayor parte de los museos, ni exactamente con lo que se siente (que es  el objeto evidente de las exposiciones interactivas), sino más bien con la manera en que uno se ve impulsado a sentir. Cuando se lo interroga sobre el tema, el Dr. Oppenheimer responde con un rodeo digno de un budista Zen. 

F.  Oppenheimer: Si usted diseña el pomo de una puerta, hay varias maneras de hacerlo. Aquí se habría podido darles una forma cuadrada, pero son  mucho  más agradables de tocar cuando son gordos y redondos . . . Son verdaderamente hermosos.  Es por eso que los elegimos así.  Piense, por ejemplo, en la manera en que se envasan los productos alimentarios o las pilas eléctricas. Es  verdaderamente exas-perante tener que sacar la pila de una de esas cápsulas que sirven de embalaje. Hay que cortarla con un cuchillo y  después tirar de una lengüeta, lo que produce un ruido horrible. 

L.  Dack:   ¿Cómo  querría  entonces 
que se vendieran las pilas? 

F.  O. ¡Sueltas! Y las salchichas de Francfort también. No me gustan que vengan empaquetadas,  aplastadas  unas  contra otras. 

L. D. El Exploratorium nació de la idea de que la ciencia y el mundo de cada uno son comprensibles. ¿Trata usted de iniciar a la gente a la ciencia por medio de la percepción sensorial? 

F.  O. Así es. Se inicia a la gente a la ciencia a partir de lo que ven, oyen y sienten. La  percepción es la base de lo que cada uno de nosotros descubre sobre el mundo y de la interpretación que de él hacemos, sean cuales fueren los medios que utilice- mos  para eso: los  ojos, simplemente, o instrumentos como microscopios y aceleradores de partículas, o inclusive el arte, la poesía o la literatura. 

L. D. Pero ¿qué tienen  que ver entonces la ciencia, el Exploratorium y la estética con las salchichas de Francfort? 

F.  O. ¡Y las aspiradoras! Si resulta difícil manejarlas y producen ese ruido horripilante es porque ningún fabricante se pone en el lugar de quien va a utilizarlas. Estoy seguro de que no es  por razones de economía. Simplemente nadie ha prestado nunca atención a la sensación que se tiene al utilizarlas ni al efecto que tienen sobre los demás. 

L. D. ¿Quiere decir que no sólo los fabricantes  de aspiradoras, sino también los directores de museo y la sociedad en general han perdido el sentido de la estética en sus decisiones? 

F.  O. Una de las cosas que me ha preocupado siempre es cómo hacer para que la estética intervenga más en las decisiones que toma la sociedad. No es lo mismo en el caso de la ciencia, no se puede ir y preguntar a un experto en arte si una cosa funcionará o no. El Congreso no puede decir:  “Bueno, como no llegamos a decidirnos,  vayamos  primero a  echar  una ojeada a la National Gallery  y  después veamos”. No es eso, eso no puede dar resultado. Lo que quiero decir es que, tanto en el caso de los fabricantes de aspiradoras como en el de los museos o la sociedad en general, lo que hace falta es  que la preocupación estética forme parte de la experiencia  de  cada  uno  desde la infancia.  Esto significa que los juguetes tienen que estar bien hechos. Que cuando a los niños les gusta o les disgusta lo que comen, los padres deberían prestar atención. La estética implica tanto cultivar el gusto como crear una tensión para después liberarla. Esto habría que hacérselo vivir a los niños, para que llegue a ser verdaderamente parte de su manera de pensar. Con el tiempo se tendría una población  adulta para la cual la estética sería la base de sus decisiones y no una idea sobreañadida. Cuando la gente dice que se necesita más arte en la ciudad, lo dice exactamente como si dijera  que hay  que instalar más  bancos públicos. No es una aspiración profunda. Yo no creo que el sentido de la estética pueda  adquirirse  tardíamente.  Pienso que debe formar parte de la educación. 

L. D. ¿Diría usted que su decisión de convertirse en ganadero fue una reacción estética al hecho de haber sido puesto en la lista negra durante diez años? 

F.  O. Creo haber hecho cosas que no eran demasiado estéticas. Esas inmensas y maravillosas praderas, por ejemplo, eran tan pantanosas que apenas se podía cosechar heno. Así que optamos por cavar zanjas 
de drenaje, lo cual cambió el aspecto y la atmósfera de la región. Pero yo me sentía bien. Utilizar el agua, irrigar, sacarla de los ríos  cuando corren caudalosos en la primavera  o  más  adelante  en  el  año, 
cuando son  apenas  un  chorrito.  Contemplar  el  agua extendiéndose por  la hierba.  Y segar. Todas estas  cosas  eran maravillosas.  Mientras  araba,  me  decía que iba a tener mucho tiempo para pensar en todo tipo de cosas. Pero no lo hacía. Me  limitaba a  mirar  los  surcos  que se abrían, maravillado ante las formas que tomaba la tierra roturada. 

L. D. Una mirada superficial podría acusar  al Exploratorium  de parecerse  a  un viejo granero. ¿Cómo ha hecho para integrar allí la estética y para dar al visitante la  sensación  de sentirse  a  gusto en  el lugar? 

F.  O. Ante todo hemos tratado de hacer que  los  objetos  expuestos  no  decepcionen, que resulten atrayentes. Algunos están allí sólo porque resultan agradables a la vista.  Es el caso, por ejemplo, de un gran cojinete de bolas acompañado de un rótulo que dice simplemente: “Algunas máquinas son agra-dables a la vista”. Procuramos que el visitante pueda hacer lo que quiera o creer que hace lo que quiere con los objetos expuestos. El Arbolprisma, por ejemplo, tiene cordones que hay levantar para poder mirar a través de un prisma.  Si  los  cordones son  demasiado cortos y no llegan hasta donde quiero, es 
exasperante. En el Exploratorium, tratamos de que el visitante no tenga por qué exasperarse. Por supuesto, hay cosas que no  hemos  hecho  bien.  El  ruido,  por ejemplo. A mí no me molesta, y a mucha gente tempoco, pero a algunos no les gusta. Con todo, parece no ser un problema, pienso que incluso es una de las razones por las que los visitantes se sienten tan a gusto. El hecho de que no impongamos normas rígidas facilita las cosas. Los visitantes  pueden  hacer  casi  todo  lo  que quieren, excepto montar en bicicleta y algunas pocas cosas más. En un momento dado, creí saber que la entrada del Exploratorium iba a estar en la parte oeste. Pero la gente siguió entrando también por la puerta norte.  Y  después quisimos abrir también la puerta este para que la gente pudiera ver la hermosa rotonda de Maybeck. Así que ahora tenemos tres entradas,  con tres taquillas diferentes. De lo contrario habríamos obligado a todo el mundo  a  dar  largas  caminatas  para entrar, sólo  porque teníamos una  idea preconcebida sobre el sitio por donde tenía  que hacerlo.  De modo  que muchísimas  cosas  se  deciden simplemente porque  nos  habría gustado que  nos sucedieran a nosotros. 

L. D. ¿Así que entonces usted se basa en 
la intuición personal? 

F.  O.  Eso es. Recuerdo haber trabajado con un artista llamado Doug Hollis, que tenía un taller en el Exploratorium. Era su primer intento de fabricar un arpa eólica y yo pasaba mucho tiempo con él haciendo experimentos extraños, viendo cómo se podía transmitir sonidos a lo largo de los alambres y de las varillas y cómo se podía armonizarlos. Me parece que en cierto modo le enseñé a investigar. El creía saber exactamente adónde iba. Pero eso suele no  dar  resultado.  Las  cosas  no  salen siempre como se las ha previsto. Por eso nos dedicamos a manipular toda clase de elementos y a fabricar toda clase de objetos tomándonos todo el tiempo necesario. Fue muy divertido y ahora este trabajo manual lo apasiona. 

L.  D. Siempre supe que los físicos eran grandes  manipuladores, pero ignoraba que en el Exploratorium se hicieran también manipulaciones  con  la  estética. ¿Cree usted que otros museos practican también ese tipo de manipulación? 

F.  O. Sé que se interesan por el resultado estético, pero parecen querer imponer algo a la gente más que darle la posibilidad de  elegir.  Es  el  caso  del  Museo  Guggenheim de Nueva York. 

L.  D.  ¿No le gusta el Guggenheim? 

F.  O. No, porque uno no puede elegir. 

L. D. Uno está obligado a descender con- 
tinuamente ¿no es cierto? 

F.  O.  Si uno quiere volver a mostrar un cuadro a alguien, tiene que tomar el ascensor y volver a bajar la rampa. 

L. D. ¿Quiere decir que no se puede subir simplemente la rampa, a contramano? 

F,  O.  Ah, sí, claro que se puede. Pero la mayor parte de la gente no lo hace. Y de todas maneras los cuadros se ven  en un cierto orden. 

L. D. ¿Cómo hace el Exploratorium para permitir que la gente elija? 

F.  O.  Los arquitectos del Exploratorium querían que nuestras oficinas estuvieran divididas por tabiques bajos que delimitarían pequeños espacios de trabajo provistos  de estanterías,  con plantas.  Cada uno debería trabajar en su cubículo. Un día me mostraron una de esas oficinas que según ellos era espléndida. De pronto me puse a hablar a los gritos y todos salieron precipitadamente de sus agujeros. Entonces dije a los arquitectos: “(Ven ustedes lo que pasaría? No podría gritar”. El arquitecto  respondió  que  un  lugar  así enseña a la gente a hablar en voz  baja. ¡Qué  diablos!  Yo  no  quiero  que  me enseñan a hablar en voz baja ni tampoco quiero enseñárselo a los demás. Me dijeron también que preveían algo para evitar que los niños corrieran dentro del museo. Pero,  ¿por qué habría que impedir que los niños corran? Me  pasé  no sé cuánto tiempo tratando de convencerlos de que no causaban realmente ningún daño. Por otra parte, lo cierto es que rara vez o nunca han atropellado a nadie, pero como esa espontaneidad  era  algo que salía  de las reglas y  quedaba fuera de control los arquitectos no podian soportar la  idea de dejar que los  niños se  comportaran  con naturalidad.  Me  parece maravilloso  no querer reglamentarlo  todo y  que no nos importe  perder  algo  el  control. Había 
otra vez ahí algo que me gustaba (me gusta ver a los niños correr) y de algún modo debí imponer mi concepción de la estetica. Para los arquitectos, no era ni siquiera una cuestión estética. 

L. D. Tal vez querian sobre todo evitarle 
procesos ... 

F.  O. Hay que tomar decisiones así. La fisonomía de un lugar depende de las infinitas decisiones que se toman sobre una infinita serie de detalles. La  opinión general es que un director no debería ocuparse de los detalles, pero yo no pienso lo mismo. Ese criterio no da resultado cuando  se  hacen experimentos  ni tampoco cuando se trata de arte. Muchos museos van por buen camino al principio. Tienen una idea de lo que podrían y deberían ser. Después, vienen las presiones. Son como esa gente que crea una orquesta sinfónica para interpretar un cierto tipo de música y que cambia su programa porque nadie viene a escucharla. 

L. D. Sé que durante doce años usted se opuso  a la idea de cobrar la  entrada  al Exploratorium. Ya no es así. ¿No va  eso en detrimento de su concepción inicial de la institución? 

F.  O. Gente que respeto me convenció de que no eta tan malo. A  eso se sumó que la manera en que lo hacemos tiene también  un  aspecto  agradable.  El  simple hecho de decir que se puede volver tantas veces como uno quiera durante seis meses cambia totalmente  la  impresión  que se tiene de cobrar la entrada. Y no influye en la economía del museo. Por lo demás. la entrada es gratuita para los menores de diecinueve años y  los miércoles también para los adultos. Eso es algo que me cae bien,  que se inserta en mi propia experiencia. El criterio de lo que me cae bien, de lo que me causa buena impresión personal se ha convertido en un factor determinante al tomar las decisiones sobre el funcionamiento del museo. 

En el mejor de los casos, el Exploratotium se asemeja a una composición musical, a una  sinfonía  cuya  coherencia  se  siente aun cuando no se discierna la estructura. Cada aspecto del museo forma parte de la composición musical. Oppenheimer es el compositor. Cada  una  de las piezas expuestas despierta la curiosidad y, por tanto crea una tensión, una tensión que se resuelve a medida que el visitante manipula el objeto y obtiene una satisfacción intelectual  y  estética. El  Ventilador de Bemoulli parece algo que se hubiera pedido prestado  a una cuadrilla de obreros de construcción de carreteras; está fabricado con esos grandes conos de señalización de color naranjafluorescente, pero la estética de  Oppenheimer  está  también allí presente y en acción. La corriente que expulsa el ventilador sostiene en  el  aire una gran pelota de goma. La fuerza  del ventilador es suficiente como para que el visitante sienta la resistencia cuando trata de empujar la pelota fuera de la corriente de aire. Si le da un golpe, la pelota se pone a oscilar.  Este movimiento ilustra el efecto  de Bernoulli.  Pero  los  visitantes pueden también lanzar la pelota de manera que quede atrapada por la corriente de aire; o simplemente levantarse la camisa y dejar que les sople el aire en el estómago. A veces, no hacen más que inclinarse sobre la corriente y  el  pelo se les pone de punta. Otras veces titan pedazos de papel para ver cómo revolotean en el aire y nunca faltan quienes se limitan a apoderarse  de  la  pelota  para ponerse simplemente a jugar. 

Todas estas actitudes ante los objetos le  parecen aceptables  al  doctor Oppenheimer: le caen  bien. 

En el Exploratorium reina una atmósfera de calma, no tanto física (no hay que olvidar el ruido y los niños que corren), sino más bien en la actitud relajada respecto de qué hacer para que la gente evalúe lo  que  aprende.  El  Dr.  Oppenheimer cuenta a menudo una anécdota sobre lo que pasó cuando pintó los tragaluces del Exploratorium pata mantener a oscuras la Sección de Óptica del museo: las gaviotas rasparon la pintura con sus patas y produjeron aberturas que parecían estrellas. Un día  sorprendió  una  conversación  entre dos señoras de mediana edad que miraban  los  agujeros en  la pintura. “Bueno -decía  una a la otra-  supongo que si supiéramos más, comprenderíamos lo que significan esas lucecitas”. 

Al  Dr. Oppenheimer le  encanta  esta anécdota. Para él, lo peor que podría suceder es que alguien se preguntara “¿Qué diablos hace esto aquí?” La señora de la anécdota vio aquello y supuso que había sido hecho intencionadamente y que era significativo.  No  comprendía  lo  que queria  decir  pero pensaba  que  estaba bien. Quizás sin saberlo, había pasado el día bajo la influencia de la estética de Oppenheimer. Se sentía bien de no saber y de ser capaz de aprender: se sentía bien


Revista Museum No.150 (1986) pp. 120-122
[ Traducido del inglés]

martes, 25 de septiembre de 2012

Ver y no ver. Ricardo Inocencio

Probablemente el público que aprecie una pintura famosa lo haga por las referencias que tiene de la misma, la escala social que esta le permitirá al conocerla o por la condición de turistas en busca de nuevas sensaciones; sin embargo, una obra buena obra cuenta más de lo que aparentemente muestre en un primer vistazo.
            A pesar y después de la anterior afirmación todo pareciera indicar que el arte es elitista y solo los conocedores pueden disfrutar y descifrar la técnica, composición, color y demás elementos utilizados; no obstante, existen ciertos rastros que el autor regala para la comprensión de quien se comprometa. Además de la búsqueda, la práctica y el interés; la familiaridad que se adquiera con los años permitirá percibir de manera más efectiva la verdadera razón de ser de una obra, pintura en el caso que concierne a este ensayo.
Victor Stoichita cuenta a través de su libro “Ver y no ver” más que el verdadero significado de las obras del impresionismo -corriente artística en auge a finales del siglo XIX- la percepción de la realidad que proyectaban.
            La solución técnica queda en un segundo plano, cuando se hace presente la inquietud de la época, preocupación plasmada tanto en obras literarias como en fotografías y pinturas. El tema de la mirada se vuelve tema de discusión y se plantea desde diferentes perspectivas. Si bien, en la edad media ya existía este recurso, siendo explotado de forma más marcada en el renacimiento; en los 1800’s adquiere un nuevo sentido, forma que permite en la actualidad fundamentar parte de los propósitos del arte.
            Las pinturas de Édouard  Manet son un claro ejemplo de la integración o forma hábil de unión entre los fundamentos del arte clásico hasta aquel entonces y sus nuevas propuestas. A través de un recopilado de imágenes el libro “Ver y no ver” plantea la serie de filtros en las que el espectador debe pasar para enterarse del discurso de la obra.
            Se narra que en más de una ocasión el significado de lo plasmado puede ser mal entendido; sin embargo la mirada de los personajes de un cuadro sugieren o indican otras direcciones para el análisis. Una pintura puede ser el espejo en el que se retrate las condiciones del momento, instrumento que puede encontrarse empañado o distorsionar la realidad.
            La necesidad de hacer más rico el discurso de lo producido hace más de 100 años llevó a personajes como Degas, Monet, Caillebotte y Manet al empleo no solo de pinceladas trazadas con cierta espontaneidad sino a un código que de forma incierta permitieran al espectador penetrar o inmiscuirse en sus concepciones del mundo.
            Si hubiera que adoptar una postura con respecto a los medios empleados por los impresionistas, en lo personal, sin duda alguna la retomaría. El ser humano ante su naturaleza y necesidad de comunicarse, hace uso de medios que de forma literal podrían no ser entendidos.
            Finalmente muestro una fotografía tomada el pasado 16 de septiembre desde una azotea en la colonia portales a la que bien podría titulársele “Helicópteros”; utilizo este recurso como una sencilla y menesterosa copia de lo que a mi parecer fue el objetivo de muchas de las obras impresionistas.

Trabajando este día en lecturas pendientes para la maestría, decidí levantarme temprano y comenzar; días antes había pensado si no ir el día del grito al zócalo, si hacerlo al desfile del día siguiente; sin embargo, la tarea abandonada hasta ese día era necesario ser atendida. Los ruidos de los aviones que pasaban en ese momento recordaban una serie de cosas, cuestiones relacionadas con lo que había ocurrido hace 2 siglos pero también con lo que se estaba dando aquel día en esa habitación. Después de oír por más de una hora aquel sonido, decidí subir a la azotea y fotografiar los helicópteros que en ese momento volaban. La imagen pudo ser vista por escasos segundos a través del espacio que se hacía entre un edificio de departamentos y una casa; sin embargo el momento del clic en el celular fue en el preciso momento en que se ocultaban tras las construcciones; después de aquellos segundos ningún otro avión pasó. La frustración se hizo evidente, no obstante atrás de esa imagen capturada existió toda una historia y razones para hacerse.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Carta de Federico Chopin a Delfina Potocka, fragmento

Con referencia al proceso creativo:

Fidelina, mi única, única amada:
Te aburriré de nuevo con mis reflexiones sobre inspiración y creatividad, pero como te habrás dado cuenta, estas reflexiones están directamente ligadas a tí.
He reflexionado largamente sobre la inspiración y la creatividad, y lenta, lentamente descubrí la naturaleza esencial de estos dones.
La inspiración y la creatividad vienen a mí sólo cuando me abstengo de una mujer por un largo período.
Cuando, con pasión, he vaciado mi fluído en una mujer hasta secarme, la inspiración me rehuye y las ideas no avanzan en mi mente. ¡Considera cuán extraño y maravilloso es que las mismas energías que van a fertilizar a una mujer y crear un ser humano puedan destinarse a crear una obra de arte! Y aún un hombre gasta el precioso fluído de la vida por un momento de éxtasis

¿Se vale jugar a Frankenstain con el arte?

Hola! Había puesto esta nota como comentario, pero ya me pasaron la forma de integrarme al blog. 

Encontré esta nota en la página de La Jornada acerca de una adaptación de la ópera "Carmen" de Bizet, que se presentará en el teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque. Lo que se me hizo interesante es que el director escénico Marcelo Lombardero habla de una adaptación "no machista" de esta obra, cambiando incluso la historia, ya que opina que presentarla tal cual, es como "representar una pieza arqueológica". 

 Lo que me lleva a la siguiente cuestión ¿se vale cambiar las obras de arte, adaptarlas y modificarlas a gusto del "artista"? es verdad, los tiempos han cambiado y las necesidades de la sociedad son otras, ya que el director de esta adaptación comenta que para él es muy irresponsable mostrar el feminicidio dentro de la obra, pero entonces ¿no sería mejor escribir una obra nueva y no jugar a Frankenstain con lo que ya está hecho?

Les paso el link: http://www.jornada.unam.mx/2012/09/07/cultura/a04n1cul

Probablemente estoy mal, por eso me gustaría que lo comentáramos en clase.

Emilia Hernández Ocádiz